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Potencian la agricultura del desierto con técnicas por goteo y manejo de aguas salinas

Los tomates suficientes para abastecer hasta la zona central del país, alta producción de pepinos, alfalfa, olivos, pimientos, entre otros productos agrícolas, se producen en el desierto chileno, específicamente en Arica y Parinacota, una región que, a pesar de su buen clima, debe enfrentar grandes problemas como la salinidad del suelo, la presencia de boro y la falta de agua para el riego que complican la producción agrícola.

Para hacer posible que se mantenga y aumente esa actividad y que la escasez de agua no sea una limitante, la Universidad de Tarapacá está llevando a cabo varios proyectos que tienen por objetivo hacer más eficiente el riego por goteo. 

El ingeniero agrónomo e investigador de esa casa de estudios nortina, Camilo Riveros explica que uno de ellos está orientado a mejorar la capacidad de los agricultores para “tomar decisiones de cuánto y cuándo regar”. Añade que se han hecho ensayos en los que se han establecido diferentes cargas de riego y observado los efectos que han tenido en las plantas, y en función de ello determinar el porcentaje de estrés potencial del cultivo y el riego más eficiente, manifiesta y puntualiza que ese estudio está centrado en pimentones y que luego lo aplicarán en tomates del Valle de Azapa.

Riveros también señala que mediante la adjudicación de un proyecto de financiamiento interno de la universidad está trabajando con el maíz del Valle de Lluta, que es una zona de alta salinidad y presencia de boro. “Es un cultivo ancestral que se está realizando mediante riego por surcos, que es altamente ineficiente. Vamos a probar distintas cargas de agua y haremos diferentes de potencial hídrico, intercambio de gases, entre otros e información que captura un satélite Centinel II de la Agencia Europea Espacial”, dice y también agrega que ello se realizará en una parcela experimental de la universidad.

Un tercer proyecto, financiado por un bien público Corfo, es el levantamiento de una plataforma que informe al usuario acerca de las emisiones de dióxido de carbono y vapor de agua dentro de los valles con el que se podrá      conocer el consumo hídrico de las plantas. Para ello, se usará      tecnología de punta para saber cuánta energía entra y sale de una zona y así usar eficientemente el agua.    

Tratamiento salino

La profesora Pilar Mazuela, decana de la Facultad de Ciencias Agronómicas, subrayó que “hemos trabajado mucho en manejo de aguas salinas que contienen altas conductividades eléctricas en torno a 3 dS m-1, lo que significa que tiene muchas sales que afecta la productividad agrícola, el rendimiento comercial y la calidad del producto”.

Las plantas necesitan 16 elementos para completar su ciclo vital y estas aguas salinas contienen algunos de estos elementos en una proporción no adecuada, por lo tanto, hay que suplementarlas y dotar a la planta con los nutrientes que necesita.

El tratamiento que han desarrollado consiste en el manejo equilibrado de los nutrientes que necesita la planta: “Hacemos un análisis de agua y en función de los nutrientes que estén en déficit hacemos la formulación de la disolución nutritiva”, explica la académica.

Según explica Mazuela “las aguas que llegan de la cordillera pasan por azufreras y borateras, lo que hace que el pH y la conductividad eléctrica varíen en el tiempo según las crecidas del invierno altiplánico”.

El agua con altos contenidos de sulfato afecta la disponibilidad de calcio, que es un elemento esencial en la planta. Así, añade, que es fundamental el tratamiento salino ya que “si el calcio está deficiente, produce pérdida de frutos por Blossom End Root (BER) o pudrición apical. A pesar del calcio disponible en el agua, se deben hacer aplicaciones de refuerzo porque el sulfato precipita con el calcio”

Mazuela además trabaja en la fertirrigación para un mejor manejo de los cultivos sin suelo e hidroponía. “Ahora, en la misma línea de cultivos sin suelo, queremos intensificar pasando a cultivos verticales”, afirma, gracias a un proyecto ANID.

Por otro lado, Elizabeth Bastías, investigadora y docente de la Facultad de Ciencias Agronómicas UTA, explica que otro elemento importante en la agricultura del desierto, y en específico del Valle de Lluta, es el boro. Y detalla que si bien se ha estudiado que el exceso de e     ste puede ser negativo para las plantas, “en esta zona el boro que está presente en el agua de riego mitiga el efecto del cloruro de sodio que afecta a las plantas”.

Además, añade que “en los cultivos de este valle que han ecoevolucionado toleran muy bien la presencia del boro”.

Agricultura ancestral

Tres revoluciones ha tenido la agricultura en el desierto del norte del país. La primera de ellas, que se estima que fue aproximadamente hace 2.500 años, consistió en la introducción y adaptación por parte de pueblos originarios de productos como el camote, la papa, la quinoa, el ají, el pacae y el tomate. “Ello significó, además la transformación del paisaje y el suelo, la creación de sistemas de irrigación, ya que se trataba de una agricultura de secano debido a la falta de lluvias”, explica el arqueólogo Calogero Santoro, profesor de Instituto de Alta Investigación de la Universidad de Tarapacá y del Núcleo Milenio Aforest.

El arqueólogo hace notar la habilidad de los habitantes ancestrales de la zona. “Se descubrió un canal que se construyó en el siglo 12 o 13 que llevó agua desde una pequeña quebradita al valle de Socoroma a 12 kilómetros de distancia, lo que hasta hoy se considera una obra de ingeniería muy compleja. Ellos lo hicieron solo con trabajo manual, sin máquinas, ni drones ni otros adelantos”, señala y destaca que el cronista Gerónimo de Bibar, quien acompañó a Pedro de Valdivia en su expedición conquistadora, dio cuenta en la Conquista que los nativos ya manejaban el agua con mucha habilidad.

La segunda revolución, explica Santoro, la trajeron consigo los mismos conquistadores españoles ya que introdujeron en el desierto el trigo, la vid y el olivo con los que producían pan, vino y aceite. “La economía agrícola en Tarapacá fue la permitió el desarrollo minero, que requiere más inversión”, recuerda el profesional a la vez que resalta los esfuerzos para volver a producir vinos en la zona, los que fueron premiados internacionalmente en la primera mitad del siglo XX.

La tercera revolución, en cambio, se produjo de la mano del Instituto de Investigaciones Agropecuarias de la Universidad del Norte, hoy Universidad de Tarapacá, entidad que les demostró a los agricultores de la zona que era fundamental cambiar el sistema de riego en los valles, ya que estaba basado en el sistema español que se usa en la zona central y que conlleva un ineficiente gasto de agua. “Ellos demostraron que se podía cultivar bajo plástico y usando riego por goteo. Hoy muy pocos agricultores del Valle de Azapa cultivan sin ese sistema”, manifiesta Santoro y agrega que ahora se sigue trabajando en desarrollar la agricultura en la zona ya que se han agregado semillas de alto rendimiento y está experimentando con distintos tipos de suelos. “Hay una extraordinaria tecnificación de la agricultura”, indica y destaca a la vez la importancia de la inversión en ciencia “la que es vital que si queremos desarrollar la economía agropecuaria”.

Riqueza del desierto

La profesora Bastías describe el paisaje del norte señalando que se trata de un desierto muy especial porque “tenemos una agricultura a nivel de valle costero, otra de precordillera y también de altiplano. Además, hay una mezcla de clima tropical y subtropical sin heladas ni temperaturas de más de 40 grados, por lo que se pueden producir mangos, que es un producto tropical, o chirimoyos, que es subtropical”, explica y destaca que los problemas que deben enfrentar estas agriculturas son, entre otros, la falta de agua y la salinidad de algunos suelos. Aun así, plantea que será la agricultura en el desierto la que enfrentará en mejor forma el cambio climático.

Por último, manifiesta que actualmente se cultiva en la zona, tomate poncho negro, maíz, alfalfa. “En el valle de Azapa se producen pimientos, pepinos de ensalada, zapallos italianos, tanto en verano como invierno para abastecer la zona central. Son productos que además tienen más ciclos biológicos y que, gracias al sistema de invernaderos, requieren menos carga de pesticidas. Se cultivan entre 200 a 300 toneladas de tomates por hectáreas, lo que es mucho más de lo que produce la zona central”, dice y concluye que “acá tenemos una agricultura moderna que ahora está trabajando para introducir más avances”.

Esas afirmaciones son confirmadas por el director del Departamento de Innovación y Transferencia   Tecnológica de la UTarapacá, Eugenio Doussoulin, quien manifiesta que se tiene como desafío la masificación de cultivo sin suelo y el empleo de invernaderos cada vez más automatizados. “Es decir, una agricultura con empleo de instrumentos digitales y control a distancia y la generación de productos que reemplacen en forma sostenida la aplicación de agroquímicos para el control de plagas y enfermedades. “Ya tenemos dos patentes y estamos muy entusiasmados con ese tema”.

La Universidad de Tarapacá ofrece el Magíster en Agricultura de Zonas Áridas, con énfasis en manejo de plagas y enfermedades, eficiencia en el uso del agua, manejo del suelo, agua y fertirriego en zonas desérticas.

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